Arte, Leyenda y Vida (Extracto)

Por Agustín Alegre Monferrer



ARTE, LEYENDA Y VIDA (Extracto)

Mujeres y hombres de la Noble Villa de Teruel. Turolenses. Gentes de otros lugares, conocidos o desconocidos, vengáis de donde vengáis, pero ya amigos todos por acompañarnos en estas fiestas, por uniros a nosotros en estas bodas que reviven la historia legendaria, por compartir la emoción, el amor, la tragedia y el orgullo de nuestro pasado. En el centenario del gran amor y muerte de Isabel y Juan Diego, en la celebración de la historia que se ha mantenido viva 800 años en nuestros corazones, ¡bienvenidos seáis todos a las Bodas de Isabel de Segura!

Es un gran honor para mí, en un año tan especial, ser quien da voz a esta bienvenida y por ello quiero dar las gracias a los que pusieron y ponen en pie esta recreación año a año: al Ayuntamiento de Teruel, a la Fundación Bodas, Caja Rural, CEOE, Federación de Grupos, al Gobierno de Aragón.

Y también a todos los que la llevan a las calles, a los que convierten la ciudad en villa medieval y la llenan de vida: a los actores, músicos, animadores, comerciantes, a los miembros de Jaimas y grupos, a todo aquél, en definitiva, que viste su traje y alimenta el sueño de trasladarnos al siglo XIII.

Gracias a todos los que me habéis considerado merecedor del privilegio de ser el pregonero en este 800 aniversario de los Amantes. Es para mí un grandísimo orgullo como persona, como artista y como turolense. Gracias.

Yo no me dirijo a ustedes por ser buen escritor u orador. Yo sólo me considero pintor y, como tal, he disfrutado de estas fiestas captando imágenes, haciendo apuntes con mi caballete, dibujando personajes y escenas que la villa regala en estos días. Así, he saboreado los reflejos y los colores a través de mis pinceles, he transmitido el olor del fuego al carboncillo, he pretendido atrapar en lienzo o en papel la curiosidad de una estampa o de un rincón, la belleza de un momento, de un gesto, la emoción de una persona que mira.

Con esa misma ilusión he recorrido la geografía de nuestro país persiguiendo celebraciones tradicionales. He hecho innumerables viajes y recorrido miles de kilómetros para poder experimentar lo que ustedes harán estos días aquí: vivir una fiesta. Porque para mí es necesario ese contacto para avivar la llama de la creación. Y de esas vivencias han surgido muchas de mis obras. Siempre he preferido ser testigo, atrapar lo que veía, tener delante un “tema” que llevar al lienzo. No como un simple reflejo documental, como una fotografía descriptiva sino como una extensión conmovedora de la vida misma.

La cercanía de lo vivido, su comprensión y la sensibilidad del artista son en mi opinión las claves que impregnan de pasión un cuadro. La realidad puede interpretarse, mezclarse, por qué no, con la ensoñación, pero, en mi concepción del trabajo, ha de estar inevitablemente presente. Es cierto que eso requiere del uso de una técnica, de dibujo, color, luz, composición, medida… y que muchos critican ese conocimiento por considerarlo esclavizador, limitador de la expresión. Para mí siempre fue lo contrario: una herramienta liberadora que traduce la emoción, que dota de alma mi obra y que la hace accesible a cualquier espectador y, a cada uno, además, según su propia experiencia y sensibilidad. Quien busque motivo, encontrará motivo, quien busque expresividad, la encontrará, emoción, sorpresa, mala leche, incluso. Quien busque abstracción tal vez pueda disfrutar en el detalle, pero no es mi objetivo: yo elijo la interpretación de lo reconocible antes que otros caminos. Y por eso quizá me hayan visto entre ustedes, absorto ante una escena de esta celebración, lápiz o pincel en mano.

Pero dejemos mi oficio y retomemos lo vivido. También les dedico estas palabras por turolense y enamorado de la leyenda de los Amantes. Ambas cosas han estado siempre, de un modo u otro, presentes en mi vida, marcándola quizá. Nací junto a una calle también llamada “Andaquilla” en Santa Eulalia y, siendo un crío, ya me hablaron de la urgencia de Diego por reencontrarse con su amada. Y me maravillé en la escalinata la primera vez que vi aquel funeral de piedra. Mi madre me explicó que los Amantes se quisieron tanto tanto, que llegaron a morir de amor. Yo era muy niño aún pero, una vez recuperado del asombro, ya me dio por pensar que, para terminar así, quizá Diego no debiera haber tenido tanta prisa.

Crecí en el arrabal, donde mi padre, Valeriano, abrió su taller de talabartero. Y trabajé con él hasta que, como tantos otros, tuve que marchar a Valencia para estudiar, en mi caso, Bellas Artes. Y allí, casualidad o simple cariño por mi tierra, me reencontré con los Amantes. Primero un boceto de la obra de Antonio Muñoz Degraín en el museo de arte S. Pío V y luego el cuadro definitivo en El Prado de Madrid, me conmovieron y me hicieron prometerme que, algún día, yo también reviviría la historia, yo también pintaría la leyenda más conocida de Teruel.

Quién sabe si la fuerza de esa promesa, como aquella que se hicieron Isabel y Diego, fue la que, a finales de los años 70, viviendo aún en Madrid, hizo que me ofrecieran pintar dos murales en el vestíbulo del recién reformado edificio de la Casa Consistorial. Quién sabe si no era esta tierra que nos llama la que, una vez de regreso en esta ciudad, provocó que en 1981 se me encargaran los primeros bocetos para la obra definitiva que hoy puede verse flanqueando el gran espacio que sirve de entrada al Ayuntamiento.

Así pude cumplir mi sueño y mi promesa, y así nacieron los dos trípticos que recogen la historia que hoy nos reúne aquí. Pero, aunque este escrito debe concluir, mis andanzas con la leyenda, con Teruel y con mi oficio, no terminan. Y las de ustedes en la celebración de este aniversario no han hecho más que comenzar. Pero, antes de despedirme, permítanme rendir homenaje a Leocadio Brun, maestro, poeta y artista que compartió conmigo su amor por los Amantes y que se convirtió en mi suegro, el padre de mi mujer, Amparo, mi compañera y apoyo constante, mi musa, mi todo.

Por ella y por todos los que sintieron el amor de Isabel y Diego, me gustaría recordarles unos versos de Leocadio:

“Poco importa los siglos que han pasado.
Vuestra fama y virtud llenan el mundo
Como ofrenda de amor, puro, fecundo,

Agustín Alegre Monferrer
Febrero 2017