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UNA HISTORIA
DE AMOR ETERNO |
Ciudadanas y ciudadanos de Teruel, gentes de otras
regiones que habéis venido a la celebración del
recuerdo de las Bodas de Isabel de Segura en este
mes de febrero del año 2012, aprestaos para
disfrutar de la fiesta.
Hubo una época, allá por los
siglos XII y XIII, de caballeros y damas, de monjes
y de soldados, de comerciantes y campesinos. En ese
tiempo Teruel era el extremo en la frontera entre
dos mundos cada vez más antagónicos, dos culturas
secularmente enfrentadas que se mostraron incapaces
de entenderse y de conocerse.
En las postrimerías del siglo XII, cuando Europa
veía crecer sus campos y desarrollarse sus ciudades,
Teruel se convirtió en el horizonte y en la
esperanza para quienes, al abrigo de su fuero,
buscaban nuevas expectativas vitales y algún
resquicio de libertad.
Tierra de libertad, Teruel acogió, sin preguntar ni
su procedencia ni su pasado, a cuantos acudían a
poblar la nueva villa, aquélla fundada, según relata
una hermosa leyenda, sobre una colina señalada por
un toro y una estrella en una oscura noche sin luna.
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En el origen, Teruel
era una pequeña aldea poblada por
campesinos musulmanes en el camino de
Córdoba a Zaragoza cuya importancia no
era mayor que la de otras localidades de
su entorno.
Pero en 1171 la conquista cristiana lo
cambió todo y se diseñó un nuevo
destino. Teruel se dotó entonces de un
fuero en el que aparecieron valores
inéditos en la Europa feudal cristiana. |
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El fuero procuró dotar a los vecinos de
una cierta libertad y de un marco de
igualdad en el que la justicia se
impartiera en las mismas condiciones a
judíos, musulmanes y cristianos, a ricos
y pobres, a hombres y mujeres.
Gracias a ese fuero
Teruel se convirtió en solar de acogida
de irredentos, en villa protectora de
emigrantes en busca de oportunidades, en
tierra de honor y de justicia en la que
se pretendió que la razón de la ley y
del derecho se impusiera a la fuerza, a
la arbitrariedad y al abuso de los
poderosos. |
Indica el fuero de Teruel que
en la entonces villa “sólo tuvieran palacio el rey
el obispo”, una cláusula introducida para que nadie
alardease de su superior nivel social o económico. Y
otra advierte sobre la necesidad de repartir pan
para que nadie pase hambre.
El fuero incide en la
regulación de numerosos aspectos de la vida
cotidiana para garantizar la armonía de sus gentes,
el buen gobierno del mercado y la salvaguarda de los
derechos de sus pobladores. Y parece evidente que en
días de alegría desbocada como éstos, algunas cosas
de aquel fuero debemos recordar.
En el fuero se recomienda a los
comerciantes que “en días de feria no conviene
fiar”. En estos momentos de crisis es preceptivo que
cada uno pague sus deudas en los puestos del mercado
y abone las consumiciones en bares y mesones, pero
sería aconsejable que quien disponga de más recursos
pecuniarios sea solidario e invite a los que menos
tienen para que todos participen en las alegrías que
la comida y la bebida, siempre con la oportuna
moderación, añaden a las celebraciones. Así, además
del pan, será posible disfrutar del suculento jamón
de Teruel, y los excelentes vinos y las sabrosas
cervezas de Aragón.
En el fuero se establecen las
condiciones para un duelo equilibrado entre los
querellantes en caso de pleito mediante la
regulación del tipo de armas y su uso. Por fortuna,
en estos tiempos no es habitual litigar con espadas,
puñales, lanzas, porras o estacas. Así, en caso de
algún desencuentro, desvarío o encontronazo entre
personas, es conveniente utilizar la palabra,
aplicar el sosiego y convenir en el acuerdo para
solventar cualquier pendencia y evitar las peleas
para así contribuir a que la fiesta se desarrolle en
la paz y la armonía deseadas.
En el fuero se distribuyen los
días de la semana en los que judíos, musulmanes y
cristianos, hombres y mujeres, pueden acudir al baño
público, pues es oportuno mantener el cuerpo limpio
y sano. Ocho siglos después sigue siendo importante
que los partícipes en la fiesta lo hagan con el
cuerpo aseado y el vestido adecentado, a fin de
evitar los malos olores o incluso otros mayores
males que la suciedad suele acarrear.
En el fuero se condena a
quienes arrojen a la vía pública aguas sucias o
cualquier otra sustancia inmunda a pagar una multa
de diez sueldos y a resarcir el daño causado. Es
ésta una muy buena advertencia para que en estos
días de alegría desbordada cuidemos las calles y las
plazas y las mantengamos con la higiene que una
ciudad culta y moderna requiere.
En estos días, Teruel recuerda
su pasado y conmemora que es lo que es por lo que ha
sido, y que los seres humanos podemos ser mejores si
conocemos y respetamos de dónde venimos.
La ciudad luce en su perfil
recortado en su límpido cielo azul el mestizaje de
culturas, religiones y civilizaciones que han dejado
una huella tan brillante y magnífica como
sorprendente y evocadora: el mudéjar, ese arte que
nos recuerda una época en la que en Teruel fue
posible que un alarife musulmán fuera contratado
para construir un templo cristiano, en un tiempo en
el que se creó un universo de sensaciones estéticas
y recursos artísticos que hoy nos siguen asombrando.
En estos días de festejos
celebramos el recuerdo de las Bodas de Isabel de
Segura. Cuando parecía que los mitos estaban
condenados a ser poco menos que un recuerdo olvidado
en viejos libros arrinconados en las bibliotecas,
resulta que los contemporáneos necesitamos recuperar
las antiguas ensoñaciones, las eternas fábulas y las
más hermosas leyendas, porque, aunque las creíamos
superadas, en nuestras conciencias siguen presentes
los mismos miedos, los mismos deseos, las mismas
pasiones y las mismas esperanzas de siempre.
En estos días recordamos el
episodio legendario, o quien sabe si real, de los
amantes Isabel de Segura y Diego de Marcilla, una
historia que nos traslada a un tiempo mágico y nos
relata un episodio conmovedor.
Se trata de una historia de
amor eterno, de dos enamorados víctimas de un
destino frío y cruel en el que sus pasiones y sus
anhelos chocan con una fortuna esquiva y despiadada.
Isabel y Diego viven su amor inmersos en una
sociedad que no admite que se rompan los moldes de
un modelo rígido y estereotipado.
Diego e Isabel no pudieron
culminar su legendaria pasión en esta vida, pero la
ternura y el amor del uno por el otro han quedado
grabados para siempre en las estrellas que titilan
sobre los cielos de las nítidas noches de Teruel y
en el corazón y la memoria de los turolenses, que
siglos después siguen recordando el amor imposible y
eterno de los amantes.
Turolenses, en estos días de
fiesta y de alegría amaos mucho, fortaleced vuestros
lazos de amistad, disfrutad de las calles y plazas
abiertas, participad en el jolgorio saludable,
respetad a vuestros convecinos, acoged a los
visitantes como si fueran vuestros hermanos,
demostrad que las gentes de Teruel sois amistosas
con el foráneo, benéficas con el débil, acogedoras
con el diferente, afables con el apesadumbrado,
cordiales con el afligido, corteses con el
desconsiderado y atentos con el necesitado.
Turolenses, afrontad el futuro
sin miedo y negaos al desfallecimiento, pero no
olvidéis vuestra historia, recordadla vosotros y
contad a quienes os visiten que ésta es tierra de
libertades, de acogida, de honor y de futuro.
Turolenses, sed felices y
dichosos y haced felices y dichosos a quienes os
visitan estos días; recordad que sois herederos de
una historia y unas tradiciones que merece la pena
no olvidar.
Y en estos días gozosos
disfrutad de la hermosa fiesta que recuerda las
Bodas de Isabel de Segura, participad en las
actividades en la calle y vestíos al estilo de la
época, disfrutad de la compañía de familiares y
amigos y mostrad a quienes os visitan que sois
depositarios de una herencia formidable.
Turolenses, visitantes que en
estos días también lo sois, yo os invito a vivir con
la máxima intensidad y la mayor de las alegrías
estas Bodas de Isabel de Segura del año 2012, y
grito con vosotros:
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¡VIVA EL AMOR, VIVA LOS AMANTES, VIVA TERUEL!
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(c) José Luis
Corral, 17-2-2012 |
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