Queridos paisanos y visitantes:

  Bienvenidos, un año más, a este hermoso día en el que se conmemora jubilosamente el triunfo del amor.
  Grande es el honor que se me hace con esta distinción de pregonera, pues, si bien no nací en estas tierras, hija de ellas resulto, al ser mi padre, Salvador, de Samper de Calanda y mi madre, Adelina, de Tragacete, localidad conquense, pero mucho más próxima a Albarracín que a Cuenca. Sus respectivas vidas les llevaron a buscar trabajo en Tarragona, donde se enamoraron y vimos la luz los cuatro hijos fruto de su amor. Sí, he tenido la gran fortuna de crecer en una familia donde la manifestación amorosa ha sido constante en nuestra vida cotidiana, tanto entre mi padre y mi madre como hacia nosotros. Esta fortuna, como he sabido ya de adulta, no es muy común en este mundo, ni en la época de Isabel y Diego, ni hoy en día, donde la escasez de amor en todos los ámbitos de decisión de la existencia humana, nos está trayendo separación, confusión, violencia y desolación.

  Quiero, por tanto, reivindicar en este pregón, no solo el amor romántico, sino el Amor como poderosa energía creadora, lo que realmente es la esencia del ser humano y el pegamento de todo lo creado, como está empezando a demostrar la ciencia a través de la física cuántica y otros interesantes descubrimientos.

  Cualquier pensamiento, palabra o acción humana se basa en dos únicas emociones: el amor o el temor.

  El Amor es la energía que expande, abre, comprende, permanece, revela, comparte y sana. El temor contrae, cierra, niega, huye, oculta, acumula y daña. Todas nuestras motivaciones son derivadas de estas dos, tanto en las relaciones personales como en los negocios, la religión, la política, la industria, la educación, la sanidad y en las decisiones que implican guerra o paz, agresión o defensa, codiciar o compartir, unir o dividir, etc, etc. Se nos habla constantemente de la supervivencia de los más capacitados, la victoria de los más fuertes y del éxito de los más competitivos, pero apenas nos hablan sobre la gloria de quienes más aman, como fue el caso de este turolense, Diego de Marcilla y su amor incondicional por la joven Isabel que, dominada por la sumisión femenina exigida en la época, actuó motivada por el temor.

 

  Diego nos demuestra que cuando elegimos las acciones promovidas por el amor en lugar de temor, hacemos más que sobrevivir, más que vencer y más que tener éxito, experimentamos la gloria de manifestarnos como lo que realmente somos: amor. Amor a uno mismo, amor a los semejantes, amor a la amorosa Tierra que nos acoge y da la vida. Aquí la clave de la evolución de nuestra humanidad decadente que ha olvidado la comprensión de la energía femenina como administradora legítima de la conciencia humana, y esto se refleja en la falta de poder de las mujeres y en la falta de aprecio que tienen por lo femenino, tanto los hombres como las mujeres.


  El principio femenino comprende el pensamiento intuitivo, la visión cíclica del tiempo, el poder del alumbramiento, el saber que todo lo que está vivo constituye un todo interconectado.

  Al haber sido impuesta la visión masculina en el poder desde al menos los últimos dos mil años, hemos adoptado el pensamiento lineal reforzando el concepto de que estamos separados y tenemos que defendernos unos de otros.

 Las religiones eliminaron la divinidad femenina y sus verdaderos valores tiranizando nuestras mentes al fragmentar las verdades espirituales.

  De este modo el temor venció al amor.

 
 Temor a Dios, temor a nuestro propio cuerpo, temor a los ciclos vida-muerte-vida. Por huir de todo ello, insistimos en considerar el amor como algo exclusivamente positivo, pero el amor en su plenitud, es una serie de muertes y renacimientos. Amar significa abrazar y aceptar muchos finales y comienzos, todos en la misma relación. El problema reside en que nuestra “civilizada” cultura tiene mucha resistencia a aceptar lo transformativo que es la base de la naturaleza femenina.
  

  A esto y no a otra cosa se refieren las leyendas del Grial: sin su consorte el rey carece de fuerza y poder.
 
  La pérdida del componente femenino de Dios, es la que provoca la herida que nunca sana, y la Tierra desolada refleja esa herida de Dios.

  Mujeres y hombres que me escucháis, ese es el desafío de nuestro tiempo, impregnarnos de amor, restaurar el olvidado poder femenino y sanar esa herida para caminar juntos con las dos polaridades equilibradas de cada uno. Solo eso nos librará de la autodestrucción y nos llevará por luminosos caminos todavía desconocidos.

  ¡Viva el amor incondicional! ¡Y vivan los corazones entregados!

  Carmen París 28/01/2009