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Carmen Carrillo Ortega nace en Mula (Murcia) y es la tercera generación de una familia de escultores afincados, desde 1912, en la ciudad de Cieza, Los Carrillo. Ha participado a lo largo de su carrera artística como escultora en numerosas exposiciones tanto individuales como colectivas, entre las que se pueden destacar las realizadas en el Paraninfo de la Universidad de Murcia y en la Real Fábrica de Tabacos, sede de la Universidad de Sevilla. Tiene en su haber reconocidos premios en Certámenes Nacionales, siendo los más importantes el Molino de Plata obtenido en Valdepeñas, el de la Exposición Nacional de Escultura de Almería, o el de Valladolid de Pequeña Escultura. Su dedicación a la madera y la tradición familiar la han llevado a realizar obras de imaginería procesional y un buen número de restauraciones, que se reparten en numerosos pueblos de la región de Murcia y provincias limítrofes. Desde siempre a compartido la Escultura con su pasión por la Literatura, que se centra sobre todo en el Teatro, teniendo una buena colección de obras infantiles entre las que se pueden destacar Saturnino el polizón, Primer Premio en el Certamen de Monteagudo (Murcia) o Silverio y Pandora, premiada por la editorial Barco de Vapor, además ha realizado numerosas adaptaciones de cuentos clásicos y de obras de autores como Lorca, Eurípides o Valle-Inclán. Su creación dramática se caracteriza por su recreación de temas históricos, contando en este sentido con varios títulos : “Regina Mater”, premiada en San Javier, en el Certamen Carmen Conde; “Flores sobre la Arena”, de las incursiones Berberiscas al pueblo de Mazarrón y que se estrenó en 2002 en esta ciudad costera, y “Crónica y leyenda de una invasión anunciada,” historia teatralizada de la última invasión musulmana por Abu-l-Hassan, Padre de Boabdil, en el año 1477 a la villa de Cieza, donde se ha venido representando desde 1998 diez años consecutivos. |
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PRESAGIO
Por Carmen Carrillo
(En una plaza de Teruel, se oye venir el canto
lastimoso de un juglar desde una de sus calles
adyacentes, el triste romance, “el enamorado y
la muerte”, lo trae del viejo romancero, dejando
sus últimas estrofas bajo uno de los balcones de
la señorial plaza, donde una joven, con timidez,
ha salido para escuchar su quejosa trova).
JUGLAR Un sueño soñaba anoche - soñito del alma mía, Soñaba con mis amores, - que en mis brazos los tenía. Vi entrar señora tan blanca - muy más que la nieve fría. -¿Por dónde has entrado has entrado, amor? – ¿Cómo has entrado, mi vida? Las puertas están cerradas, - ventanas y celosías. -No soy el amor, amante: - la Muerte que Dios te envía. -¡Ay, Muerte tan rigurosa, - déjame vivir un día! - Un día no puedo darte, - una hora tienes de vida. Muy deprisa se calzaba, - más deprisa se vestía; ya se va para la calle, - en donde su amor vivía. -¡Ábreme la puerta, Blanca, - ábreme la puerta, niña! - ¿Cómo te podré yo abrir – si la ocasión no es venida? Mi padre no fue a palacio, - mi madre no está dormida. -Si no me abres esta noche, - ya nunca me abrirás, vida. La muerte me anda buscando, - junto a ti vida sería. -Vete bajo la ventana – donde labraba y cosía. -Te echaré cordón de seda – para que subas arriba, y si el cordón no alcanzase – mis trenzas añadiría. La fina seda se rompe; - la muerte que allí venía: -Vamos, el enamorado, - que la hora ya está cumplida. (Percatándose de la presencia de la joven Isabel de Segura). ¡Bendita sea la música y bendita sea la trova, que han hecho que mis ojos puedan ver a tan hermosa dama! ISABEL ¡Por Dios os lo pido! (Le lanza una moneda que el juglar recoge)! Marchaos o pronto se correrán las cortinas en todas las ventanas de la plaza! JUGLAR Si tantos son vuestros temores ¿Por qué habéis salido a oír mi canto? ISABEL No sé. La historia que contáis es tan triste, que me ha vencido la curiosidad. JUGLAR No es triste, habla de amor. ISABEL Y de muerte. JUGLAR El amor y la muerte, hermosa doncella, se agarran muchas veces de la mano y pasean hasta la eternidad y más allá de ella, trascendiendo el espacio y el tiempo. ISABEL Bien no os entiendo, decís cosas muy extrañas. EL AMA (Saliendo). Ni falta que os hace a vos entender a semejante botarate. ¡Entrad y cerrad los postigos!!Acaso os habéis vuelto loca! (Al Juglar). Y tú, trovero del Demonio ¡Márchate! que bien está de plática delante de una casa honrada a estas horas de la mañana, y si no lo haces, a escobazos te quitaré yo las ganas de cantar para el resto de tus días. (El Juglar hace una reverencia burlesca a la dueña y sale de la escena volviendo a entonar su romance hasta perderse). ISABEL ¡No me riñáis, ama! Sé que está mal lo que he hecho, pero cantaba un romance tan triste…Hablaba de dos enamorados, a él le buscaba la muerte, y fue a ver a su amada por última vez , un escalofrío me ha recorrido entera y he abierto para oír el final de la historia, que tanto a la mía ya se parece. EL AMA ¡Vamos, niña! Dejad esos pensamientos; los juglares se inventan versos para llenar la bolsa y cuanto más lastimero es su canto, mejor les viene. Además, tocando están a misa primera en la parroquial de Santa María, y hemos de darnos prisa. (Las dos mujeres se retiran del balcón, para aparecer, más tarde, a las puertas de la casa). ISABEL (Canturreando). ¡O muerte tan rigurosa, déjame vivir un día, un día no puedo darte, una hora tienes de vida… EL AMA ¿Qué cantos son esos que de la muerte hablan? ISABEL Es una de las estrofas que el juglar entonaba en su romance, que se me ha quedado gravada en la cabeza como una letanía. EL AMA ¡Maldigo yo al juglar y a toda su ralea, que tan triste os ha puesto a primera hora de la mañana! ¡Vamos, Isabel! No deberías pensar en eso ahora, precisamente cuando, don Diego decidido está a dar el paso, según ayer me contasteis, y hoy mismo buscará a vuestro padre para pedir vuestra mano. ISABEL Le advertí a Diego que mi padre nunca accederá a entrevistarse con él, ni con nadie que lleve su apellido, tantos han sido sus desencuentros pasados con los Marcilla, que creo que se dejaría cortar su brazo derecho, antes que darlo a torcer. Pero insistió… EL AMA Os prometí mi ayuda, mi querida niña, y tengo para vos buenas noticias. ISABEL No os creo. EL AMA Pues creedme. Está todo concertado para que don Diego y vuestro padre se vean. ¿Recordáis que os hablé de un primo mío, Martín, que de canónigo racionero está en la parroquial de Santa María y que fue recomendado al deán, don Miguel, por el señor de Albarracín? (***) ISABEL ¿Cómo no voy a recordarlo? Es un clérigo apuesto y joven que con el Deán vive, y que es como un hermano para mi amado don Diego. Los dos admiran a Francisco, ese fraile italiano de Asís, al que dicen le han salido las yagas de Nuestro Señor Jesucristo, y al que ya veneran, como a un santo, en toda Italia. A cada momento, ama, me habla de él. Su orden, después de muchas controversias, ha sido reconocida por el Papa, y extendiéndose están sus predicas por toda Europa; según cuentan, pronto llegarán dos de sus frailes hasta Teruel. Tanto admira mi amado Diego a fray Francisco y su obra, que ha conseguido de su padre una casa, para que cuando vengan los frailes, tengan techo y cobijo. EL AMA ¡Ay, don Diego, don Diego! Tan dado a proteger a los débiles, y tan incauto. En las cosas de la Iglesia, mi niña, mejor es no meterse, que esos frailes que hoy defiende, bien puede la Santa Madre Iglesia, llegada la hora, hacerlos mártires o nombrarlos herejes y quemarlos en la hoguera, como a punto estuvieron de hacer con el propio Francisco, el de Asís. ISABEL ¡Que cosas decís, ama! ¡Si no os conociese, por bruja os tomaría! EL AMA ¡Soy ya vieja, Isabel y he visto llover en raso! Por eso, mi querida niña, dejemos que el mundo corra y que el santón de Asís siga su camino… y vayamos nosotras a lo nuestro, que es lo que nos interesa. Como os decía, hablé con mi primo Martín, el Racionero, (***) sabiendo que vuestro padre y don Miguel andan en tratos, y se reúnen con frecuencia por la ejecución de la capilla y enterramiento que están tratando para vuestra familia en la parroquial. Con esa escusa, su Ilustrísima, conducirá a vuestro padre al lugar, donde esperándole, estará don Diego. ISABEL ¿Y el Deán y Diego están al tanto de todo esto y lo aceptan? EL AMA Don Diego fue el primero en aceptar, y el Deán…, de él mismo ha partido la idea. Al parecer, mi primo Martín le expuso el caso y le suplicó su ayuda. Como don Miguel no sabe negarle nada al muchacho del cariño que le tiene, pues… ISABEL Y ¿cuándo será el encuentro? EL AMA Antes de medio día. ISABEL ¡Bendita seas! (La besa y abraza, zarandeándola de forma exagerada) Ama, si esto sale bien, prometo poner tu nombre, Sendina, a una de mis hijas. EL AMA ¡Quita, zalamera! No nos comamos la torta antes de amasarla. Esperaremos a que don Diego y vuestro padre se reúnan y luego…(Viendo cierta tristeza en la muchacha). ¿Qué son ahora esos guiños? ¿A qué esos ojos llorosos? ISABEL No es nada, ama. Lloro de la misma alegría, pero también por temor a que mi padre reaccione de forma airada; que ni el mismo don Miguel capaz sea de detenerle, y que tenga que partir, Diego, huyendo de los parciales de mi padre. EL AMA No os pongáis en lo peor, mi niña. ISABEL Tengo que ponerme, Sendina, y por eso, al terminar la misa quiero que os vayáis y le hagáis llegar a don Diego algo que para él he hecho hacer. (Se quita un medallón que escondido lleva entre sus ropas). EL AMA ¿De dónde sacasteis esto, Isabel? Es una de las mejores filigranas que jamás haya visto. Y aquí dentro, por Dios, mi niña ¿quién os pintó esta miniatura, que la mismísima Virgen de Mediavilla tendría envidia de vuestro rostro? ISABEL Ya tendré tiempo después, ama, de contároslo todo con detalle. Debéis ir, buscar a don Diego después de que con mi padre se haya visto, y se lo entregáis en mi nombre, por lo que pueda pasar. EL AMA Iré, bien sabe Dios, que no puedo negaros nada y que hasta la última gota de mi sangre la daría por vos. Ahora démonos prisa que ya el último toque de campanas está sonando. (Isabel y el Ama apresuran su paso saliendo con prisa por uno de los ángulos de la plaza). CUADRO II (En otro lado de la misma plaza, y por alguna de sus esquinas, caminando pausadamente, entran en la escena el Deán y don Pedro de Segura). DON PEDRO Espero, Ilustrísima, que esta reunión, a la que con tanta urgencia y misterio me habéis convocado, no sea para retrasar las obras en los enterramientos de Santa María. Bien sabéis que estoy dispuesto a aportar cuanto sea necesario para que, por fin, se termine la capilla, y tener el sosiego de saber que tendrá mi familia, y yo mismo, un sitio decente para descansar en paz y a la altura de nuestro linaje. EL DEÁN No siempre, don Pedro, las cosas se solucionan con dinero, hay asuntos, que son del alma, en los que los sueldos jaqueses es mejor dejarlos en la bolsa, y pedir al Altísimo que nos ayude a elegir el camino correcto. DON PEDRO Cada vez, vuestras palabras se tornan a mis oídos más oscuras y menos las entiendo. EL DEÁN Las entenderéis, don Pedro. No hay nada mejor que una buena reflexión, para abrir la luz del entendimiento. Muchas veces la fama de un hombre no está en sus riquezas, si no en la capacidad que tiene en saber hacer felices a quienes le rodean. DON PEDRO Bien sabe, don Miguel, que soy hombre generoso y considerado con los que menos tienen. EL DEÁN Lo sé, hijo mío, lo sé; soy vuestro confesor y os conozco bien. Pero hay algo en vuestro carácter que os lleva a perder el temple, y que entre las gentes, os hace tener fama de hombre adusto y poco dado a perdonar a sus enemigos. DON PEDRO (Airado). ¡Acabe de una vez su Ilustrísima, y lo que tenga que decirme, hágalo sin rodeos! No soy hombre de medias palabras y me va cansando tanto su plática como sus insinuaciones. EL DEÁN Sosegaos, don Pedro y oídme con atención. Todo Teruel sabe que vuestra hija, doña Isabel, y don Diego de Marcilla andan en amores, esperando les deis la bendición que, como padre, es precisa en estos casos. DON PEDRO No sigáis, ese camino, no he de andarlo. EL DEÁN (Conciliador). Creo que os conviene escuchar; como sabéis, la Santa Madre Iglesia tiene mecanismo para promover la excomunión desde el más alto de los reyes, al más vil de los mortales, y los excomulgados, no se entierran en sagrado, don Pedro. DON PEDRO ¡Ilustrísima! (***) EL DEÁN También, mi querido amigo, hay que tener en cuenta los nuevos aires que vienen de Roma, no en vano su Santidad, el papa Inocencio ha reconocido a la comunidad de Francisco de Asís. DON PEDRO A mí no me interesan los devaneos del Papa, ni que ande ahora tras un fraile loco, que se quedó desnudo en la plaza pública para escarnio de su propia familia. EL DEÁN Pues deberían, don Pedro, deberían. Cada nuevo siglo trae nuevas cosas que cambian el pensamiento de las gentes. La Iglesia está en el mundo, y algunos ricos hombres de Teruel, entre ellos los Marcilla, a uno de los suyos tienen en las tropas del Papa, un capitán, según creo, y comprometidos están, además, en esta nueva corriente franciscana de austeridad y prédicas del Santo Evangelio. Puedo decirle que hasta Teruel llegarán, dentro de no mucho tiempo, dos de esos franciscanos, fray Juan y fray Pedro. DON PEDRO Por lo que a mí respecta, pueden llegar a Teruel, frailes, monjas, prelados… ¡Vamos, don Miguel! EL DEÁN Ya veo que os negáis a entender, y eso poco os conviene. Es notorio que entre vuestros enemigos están los Marcilla, pero del enemigo también se aprende. Ellos, don Pedro, saben estar en el mundo y en las cosas que al mundo mueven. Tanto es así, que hasta una casa han ofrecido a esos frailes para cuando a la ciudad lleguen. DON PEDRO (Airado). ¡Los Marcilla pueden, con lo suyo, hacer lo que les plazca, que de lo mío, y de mi hija Isabel, ya me encargo yo, Ilustrísima! EL DEÁN Ya os he advertido, don Pedro. En vuestras manos está sellar la paz con esa familia, y hacer felices a esos dos jóvenes que de puro amor se mueren. DON PEDRO De amor no se muere nadie, Ilustrísima. La gente muere de hambre, por la peste, en las guerras… (Con desprecio). ¿De amor? EL DEÁN Espero que no os equivoquéis, y que no se cierna sobre vuestra casa la desgracia (***) (Pausa). Este siervo de Dios, solo quiere la paz entre sus fieles, que se acaben las disputas por el poder, que tan solo generan odio y desgracia entre las familias y guerras inútiles. Mirad, por aquel lado de la plaza, llega don Martín, racionero de la iglesia de Santa María, como bien sabéis. Viene acompañado por un joven, es don Diego de Marcilla, que quiere hablar con vos. Le escuchareis, oiréis con templanza lo que a deciros viene y después, como hombre cristiano que sois y en conciencia, le pondréis las condiciones que justas sean. (Don Pedro, conteniendo la ira y agarrando la empuñadura de su espada, mira con altivez al Deán, mientras llegan a la escena don Diego y don Martín, el racionero). DON DIEGO (Saludando). Ilustrísima, don Pedro de Segura… DON PEDRO ¡Hablad, y salgamos cuanto antes de este desagradable encuentro! DON DIEGO Señor, no quiero yo por nada en el mundo incomodarle, ni que toméis mis palabras como una ofensa. Mas al contrario, con mi rodilla en tierra, (arrodillándose) os suplico que salvéis a este moribundo que en la misma agonía se encuentra por el amor de vuestra hija, doña Isabel de Segura, la más hermosa y noble de cuantas mujeres pisan la tierra. La amo, señor, la amo hasta dolerme, y ella, también, se consume en la misma llama. DON PEDRO ¡Alzaos! ¡Me gusta mirar a los hombres a los ojos y tenerlos a mi altura! (Don Diego se levanta y las gentes del pueblo, ante la insólita escena, con curiosidad se van acercando, murmurando entre sí). DON DIEGO Señor don Pedro de Segura, con todo el respeto que os debo, siendo testigos su Ilustrísima , el deán de Santa María y su racionero, don Martín, y ante el pueblo aquí presente, yo, Diego de Marcilla pido la mano de vuestra hija, doña Isabel de Segura, para hacerla mi esposa. (El pueblo congregado está dividido en sus opiniones y se mezclan sus voces: “Dad vuestro consentimiento, don Pedro”. “No casad a vuestra hija con ese truhán”. “Malditos sean los Segura”. Entre todos ellos, se distingue el grito apasionado de una joven: ¡Viva el amor! ¡Larga vida a los amante, Diego e Isabel!). EL DEÁN (Intentando sosegar al pueblo). ¡Escuchad! ¡Al encuentro de estos caballeros, nadie os ha invitado! Por eso, ruego que os alejéis de la plaza, y cada cual vaya a lo suyo que es lo que hace la gente decente y temerosa de Dios. (Don Martín, a una seña de su Ilustrísima, empieza retirar a la gente, que lo hace de mala gana y a regañadientes). DON PEDRO Ya ve, don Miguel, lo que ha conseguido. No se hablará en Teruel, mañana, de otra cosa. EL DEÁN Lo lamento mucho, don Pedro, mas no del todo. Como bien decís, todo Teruel hablará mañana de lo que aquí han visto y oído, pero contarán también algo bien cierto, el tremendo amor que se tienen don Diego y su hija, doña Isabel de Segura. En vuestras manos está tomar la decisión correcta. DON PEDRO La decisión está tomada, Ilustrísima. Isabel es mi única hija, para ella he amasado toda mi fortuna, de batalla en batalla, luchando contra nuestros enemigos. Desde niña, su madre y yo la hemos criado entre algodones, y a la altura de cualquier dama de la corte aragonesa. (Dirigiéndose a don Diego).Don Diego, vos decís que la amáis y os creo, pero os hará falta algo más que amor para que os conceda su mano. He establecido su dote en treinta mil escudos jaqueses, si os queréis desposar con ella, las arras que le ofrezcáis en vuestros desposorios han de triplicar esa dote. EL DEÁN ¡Don Pedro!!Habéis perdido la cordura! ¡Los Marcilla son gente honrada, y con tanto patrimonio y bienes como los que vos podáis tener! Pero lo que pedís al joven don Diego, es… DON DIEGO (Con gallardía).¡Es lo justo, Ilustrísima! Todo el oro del mundo daría yo por ella, y aún, no sería suficiente. Decidme, don Pedro ¿Qué tiempo me dais? DON PEDRO ¿Qué tiempo pedís? DON DIEGO Cinco años. DON PEDRO Pues cinco años tendréis. Mas anotad con tiento la fecha de hoy, el mismo día que venza el plazo que os habéis dado, con el noble de más realengo de Teruel, habré casado yo a mi hija, doña Isabel de Segura, y os aseguro, que serán esas bodas recordadas durante siglos. DON DIEGO Antes de que eso suceda, de regreso estaré yo en Teruel, para cumplir con la palabra dada. DON PEDRO (Saludando). Don Diego… DON DIEGO Don Pedro, Ilustrísima… (Mientras que don Diego y Martín, el racionero, conversan a un lado, el Deán y don Pedro van saliendo de la escena). EL DEÁN (A don Pedro).Habéis mandado, y lo sabéis, a ese muchacho a la guerra, que es en el único lugar en que podrá sumar la fortuna que le habéis exigido. DON PEDRO La guerra, don Miguel, curte a los hombres y los hace fuertes. Lo que hoy soy se lo debo a muchas contiendas, donde vi la muerte desde muy cerca, lamiéndome las entrañas con su lengua podrida y negra. Si don Diego no regresa, será señal de que no es un hombre fuerte, y que tampoco merece a mi hija. EL DEÁN (Airado). ¡O de que ha muerto, que en el fondo, es lo que deseáis! Pero de algo os advierto, dos son las cosas que mueven las más altas montañas, una es la fe, y otra el amor. No quiero que lo olvidéis, don Pedro. (Los dos hombres terminan por salir de la escena, mientras, El Ama, que ha oído las palabras de don Diego al padre de Isabel, se le acerca quejumbrosa). EL AMA ¡Ay, mi señor don Diego! ¿Qué habéis hecho? Ahora sé que de veras estáis enloquecido por el amor de mi niña Isabel. DON DIEGO ¡Vamos, Sendina! Tú tienes que ser fuerte y cuidarla hasta mi vuelta, porque volveré, su amor me hará regresar, ya lo veréis. Tengo que convencerla para que me espere durante esos años EL AMA Pero ¿a dónde os vais y a qué extraño viaje? DON DIEGO ¿A qué mejor sitio puede ir quien desea ser caballero si no es a la guerra y a servir a su Rey? Don Pedro II de Aragón, y Su Santidad, Inocencio II, están preparando una nueva cruzada. Los hombres se alistan a cientos en las tropas del Rey. Yo haré lo mismo, velaré mis armas, me nombrarán caballero y partiré a tierras de frontera, donde un soldado alcanza fama y fortuna. Don Pedro no matará nuestro amor. Volveré, y os aseguro, que ante su padre, la pesaré en oro. EL AMA ¡Dios nos asista! (Llorosa). Cinco años, don Diego, se morirá de la tristeza, y más sabiendo que estáis en la batalla, comiendo y durmiendo con la muerte cada día. DON DIEGO No lloréis, Sendina. Ella debe veros serena. EL AMA (Entregando el medallón que Isabel le ha dado para él).Tened, me lo ha dado para vos. DON DIEGO Hermosa joya, pero más hermosa es la miniatura de su rostro, que con tanta delicadeza hizo el artífice. (Colgándosela del cuello).Aquí la llevaré, para que a todas horas escuche el latido que por ella se inflama en mi pecho. EL AMA ¿Os despediréis de ella? DON DIEGO ¿Lo dudáis? Mañana, antes de la amanecida, decid a Isabel que nos veremos en el lugar de siempre? Tú, entre tanto, prepara con ella el terreno, te lo suplico. El AMA Si tan firme es vuestra decisión, solo os pido que volváis, don Diego ¡Volved! O yo misma iré a buscaros a esas tierras de frontera a las que partís, y hasta Teruel, os traeré cogido por las barbas. (En tanto salen de la escena el Ama, hacia un lado, y don Diego y el racionero, don Martín, hacia el otro, se oye venir de nuevo al juglar). EL JUGLAR De amores, se habla de amores - en la ciudad de Teruel, que casar quiere don Diego - con la hermosa de Isabel. Don Pedro es rico hombre, - de Segura bien nombrado Isabel es hija sola, - y buena dote le ha dado. Pesan mucho los dineros, - y el amor no pesa nada, tristes hombres los que piensan - que el oro todo lo paga. Han llamado a la Cruzada - el Rey y también el Papa, en las tierras de frontera - donde las lanzas se alzan. Y allí, quiere el buen don Diego - ir a buscar la fortuna, cinco años en la guerra, - noche a noche, luna a luna. Se piensa, el enamorado, - si el tiempo se lo darían, y le dio don Pedro el tiempo - pues, tal vez no volvería. Ya no se habla de amores - en la ciudad de Teruel, que en escudos jaqueses, - todo se cuenta y se ve. ¡Ay, don Diego de Marcilla! - ¡Mal haya el enamorado! ¿Volverás antes que el tiempo - se trague los cinco años? ¡Ay, don Diego de Marcilla!- ¡Cuanto pesan los dineros! Y el amor no pesa nada, - que el amor es bien ligero.
(Desaparece el Juglar, cantando repetidas, las dos últimas
estrofas, por una de las esquinas).
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