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Francisco Oliver es integrante de la Compañía Almogávar Teruel Frontera, este funcionario retirado y apasionado de la historia, ha sido colaborador habitual de Diario de Teruel con una columna titulada “Aragón Esotérico”, ha escrito varios guiones para distintos grupos de Las Bodas de Isabel de Segura y grupos recreacionistas y también ha publicado una novela histórica ambientada en la Edad Media “La Promesa del Almogávar” en la que Diego de Marcilla es el protagonista. Además, cos su grupo recreacionista participa en diversos eventos medievales tanto en España como por el resto del mundo. El guion tenía que recoger la escena de la llegada de Diego de Marcilla a Teruel el sábado con la alegría de que por fin va a recuperar a su amada y entonces es cuando se entera que Isabel de Segura ha contraído matrimonio el día anterior con Pedro de Azagra. Un momento de gran tensión emocional que recoge Oliver en su propuesta. |
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PERROS DE LA GUERRA
Por Francisco Oliver
Sinopsis
Es de noche, en la villa se están celebrando los fastos de una boda de gente principal, a su vez la inesperada llegada de unas tropas parece alterar la vida de unos personajes que transcurren en una taberna de mala nota. Entre ellos, figura un exsoldado alcoholizado y vencido por la vida, su actitud contrasta con doña Ara, joven de armas tomar, que pertenece a una generación de mujeres que se negaron a quedarse en sus alcobas esperando el retorno de buena parte de los hombres de Teruel, cuando estos, se vieron enfrascados en el reclutamiento a una Cruzada, media década atrás.
«Grita: “¡Devastación!”, y suelta los perros de la guerra.»
Cita de la obra JULIO CÉSAR Shakespeare.
PERROS DE LA GUERRA
Reparto de personajes
1- Alfonso de Fuenmayor
2- Ara de Azagra 3- Tolosa la tabernera 4- Adalid almogávar 5- Mosén Antón 6- Esteban el escudero 7- Diego de Marcilla
Alfonso intenta emborracharse sin demasiado éxito en aquella cantina. Bebe junto a él
un extraño personaje que lo trata con duros ademanes, le sonsaca información y parece
no encajar en tal sitio, pues es mujer joven, se llama Ara, va armada, y se debe a la casa de Azagra.
La pareja ocupa una de las mesas, frente a ellos dos taberneras van y vienen por el mostrador. Están nerviosas, pues acaban de llegar por sorpresa numerosas tropas fronterizas a la villa, y por experiencia saben que en cuanto termine el desfile, la taberna se llenará de clientela y quieren tenerlo todo preparado. - Alfonso: ¿Oís ama, todas esas tropas que pasan? Os aseguro que puedo distinguir a fe cierta y con los ojos cerrados, cuando son mesnadas que van a la guerra, o cuando della regresan. No se desfila igual, no. - Ara: Ya vuelves a empezar con tus batallitas. Sabes que me aburres. - Alfonso: Lamento incomodaros mi señora, pero os quisiera recordar que yo, Alfonso, al que llamaban de Fuenmayor, años antes de acabar de matón de taberna y cobradeudas, soldado fui. Que en una soleada tarde de verano, de hace más de un lustro, partí desta villa desfilando, con el sonido de los clarines, los pendones al viento y los besos de las mozuelas. - Ara: (Con cara de hastío) Me aburres y me desesperas. ¿Qué partiste, a una cruzada? ¡Ja…! No volviste precisamente victorioso. Aún recuerdo cuando llamaste a la Puerta de los Azagra, parecías un perro apaleado, hambriento, cubierto de roña, suplicando servicio para sobrevivir. - Alfonso: No volví victorioso lo reconozco, pero sé lo que es el combate y conocí el terror, la muerte, el fango y el barro. - Ara: (SPLAS, suena un guantazo propinado por ella) Del fango saliste y en el fango te debíamos haber dejado. Que si no fuera por los Azagra, pasando hambre estarías. Ahora levántate y vete a cobrarles la renta a esas rameras. Alfonso se incorpora, deambula sumiso y algo desorientado unos pasos, sin quitarse la mano de la cara donde ha recibido el golpe en dirección al mostrador. Aunque al ver a la cantinera se le cambia la expresión de su rostro. - Alfonso: Hola Tolosa, fermosa manceba donde las haya. (Tose y cambia de tono) Ejem…, principio de calenda, ya sabéis. Vengo a cobrar el Arriendo para los Azagra. - Tolosa: Ay Alfonso qué pena nos das –dice zalamera- Cómo nos embelesabas antes, cuando venías de cliente y derrochabas monedas, cánticos y vino con lo mejor de la mocería de Teruel. - Alfonso: Fueron buenos tiempos Tolosa –afirma melancólico-, los recuerdo muy lejanos. Como de otra vida. - Tolosa: Otra vida es lo que merecerías, cierto. - Ara: Dejaros de cháchara (avisa la doña desde la distancia) - Tolosa: Ay, que poco me ha de gustar esta hembra -confirma en voz baja-. Bueno, que no sé si es hembra, hombre, o lo que sea, con esa espada y esos andares. - Alfonso: Chisss, calla locuela, nos puede oír. Entran cantando un par de soldados. Uno debe ser un almogávar, el otro también, pero parte de su atuendo es un hábito sacerdotal, lo que no le impide además de llevar una cruz al cuello es portar una daga al cinto e incluso ir tocado con un casco en la cabeza. Es seguida se aproximan al mostrador. - Adalid almogávar: Por Dios que tenía ganas de terminar el camino de esta ventura. Refrescar la garganta, calentar el estómago –da una palmada amistosa en el hombro a su compañero- y dar gracias a Dios de ello visitando con el Páter algún templo. - Tolosa: Claro que sí capitán. Pero sepa vos que este suelo que pisa también es un templo, un templo a Venus. Y todas nuestras feligresas, más otras que puedo mandar a llamar prestas, estarán encantadas de atender a los hombres de su Compañía. - Mosén Antón: Sea así hermosa cantinera, pero el verdadero capitán de esta mesnada aún está por descabalgar. Mientras, me interesaría saber si esas feligresas de las que su gracia habla, están limpias de cuerpo y espíritu. - Tolosa: Las más limpias de todo el reino, que no han de encontrar otras iguales, ni tan alegres, ni tan hermosas, ni a tan mejor precio. - Mosén Antón: Pues no me disgustaría conocerlas, además he de decirle que puedo darles confesión para limpiar sus almas. Confesión a muy buen precio también. Tengo en venta unas bulas tan pavorosas que perdonan cualquier pecado. Tanto de hombre como de mujer, para doncella casadera, para esposas aviesas o mancebos desmedidos. - Tolosa: ¿Cobrar por redimir el alma? Es vos un páter un poco simoniaco ¿verdad? - Mosén Antón: (Algo contrariado) Y usted una feligresa muy poco piadosa, a que sí. “Trae la bolsa, te dejo a tus menesteres…” Alonso estira del saco que hay en la mesa, Tolosa parece retenerlo pero finalmente lo suelta, se desparraman unas cuantas monedas que Alonso vuelve a introducir rápido y desconfiado bajo la codiciosa mirada de los dos visitantes y se traslada al otra lado de la taberna para sentarse de nuevo con Doña Ara. Mientras, Tolosa y su compañera sirven vino - Ara: ¿Quiénes son estos? - Alfonso: Todos los soldados que no se disputan los primeros puestos en un desfile (sentencia a modo de confidencia) y prefieren para colarse en una ciudad el anonimato de la noche y de las tabernas, es porque ni ellos, ni el rey, se sienten orgullosos de su presencia. - Ara: Haz el favor de hablarme que te puede entender… ¡INUTIL! - afirma despreciativa- y deja esas diatribas de filósofo que no te pegan nada. - Alfonso: Perdón ama. Son la escoria y la grey del ejército de nuestro monarca, esos que llaman almogávares. Los mesmos que careciendo de soldada, luchan solo a cambio del botín que puedan robar. El primero que ha entrado debe ser un adalid, uno de los jefecillos que esos bandidos entre ellos mismos eligen. El otro, un sacerdote simoniaco, alguien que les debe ejercer de páter castrense. Ni el uno es soldado, ni el otro cura. ¡Ay! (se lamenta Alfonso) que tengan que ser en estos perros de la guerra la clase de tropas en las que se apoya nuestro niño rey…. De nuevo en el mostrador doña Tolosa sigue escanciando. - Adalid: ¿Han visto bien mis ojos? ¿Puede ser este el primer burdel donde veo que pagan a los clientes en vez de al revés? - Mosén Antón: Si, llámome la atención a mí también. Curioso que se atrevan a deslizar una bolsa con monedas delante de nuestras narices, de un lado a otro de la barra. - Tolosa: Veo que no conocéis a los ahí sentados. (Los dos soldados de fortuna acercan el oído a la cantinera que les confiesa solícita) Ese larguirucho y pálido espadachín es Alfonso de Fuenmayor, o mejor dicho, fue… Ahora es un hidalgo venido a menos que sobrevive a su pasado, a su mal agüero y a sus vicios, sirviendo a su Ama y a la familia de ella. - Adalid: Ya se me ha hecho raro eso de ver una mujer armada dentro de la villa. - Tolosa: Es doña Ara, una niña consentida que le gusta jugar con espadas. Ha venido esta noche a recaudar el arriendo de esta casa que pertenece a su privilegiada familia, como pertenece ya medio Teruel. - Mosén Antón: ¿Qué familia es esa? - Tolosa: Los Azagra. De nuevo una algarabía en la calle, por un extremo de la taberna aparecen más mujeres y por el otro entran más almogávares. Se abrazan, bailan, cantan. Pero el adalid y mosén Antón los van empujando amigablemente para que salgan al corral y dejan espacio para que entre su capitán. - Mosén Antón: Venga hijas mías, acompañar a estos mozos, que necesitamos sitio para una reunión y la cantina pequeña es. Afuera la fiesta puede continuar. Al final el local se va vaciando. Despreocupadamente se incorporan a la escena un caballero, va esquivando parejas e invitaciones de varios compañeros que se encuentran por el camino antes de cruzar la puerta y llegar al mostrador. Se llama Esteban y aparece portando un escudo colgando a la espalda al estilo marcial, lo recibe el páter y el adalid. Alfonso observa ensimismado el escudo que Esteban ha dejado apoyado y se levanta de la mesa sin hacer caso de las increpaciones de doña Ara. Esta lo reclama sin éxito mientras permanece sentada contando con avidez las monedas desde el interior de la bolsa. - Alfonso: ¿Este escudo es vuestro o solo lo portáis? (pregunta mientras desliza su mano por las barras azules y rojas del dibujo heráldico) - Esteban: QUIETO, no toquéis. - Alfonso: Perdonar la osadía –se excusa levantando las manos de forma conciliadora- pero no he podido evitar el recuerdo. Conocí a un joven que partió conmigo a la batalla de Úbeda… - Esteban: Así la han llamado aún no sabemos por qué. Pues en Úbeda, no hubo batalla alguna, sino una carnicería que no respetó ni la rendición, ni la entrega de aquellos pobres musulmanes. - Alfonso: Cierto, cierto, que yo lo presencié –admite quejoso, mirando a todos los lados, buscando justificación real de lo que vivió- . Que la batalla en el centro de unas navas fue. Acaeció la jornada antes de sitiar Baeza, aquella villa recién abandonada a su suerte por el Miramamolín. - Esteban: Una carnicería de unos agarenos desarmados, y un mal reparto de botín que no satisfizo a nadie. - Alfonso: Éramos demasiados soldados, el sermón del arzobispo de Narbona nos soliviantó…, qué me vais a contar. Pero…. ¿ese viejo escudo…, acaso sois un Marcilla? - Esteban: Su escudero. Marcilla es él –señala hacia la puerta y las escaleras por donde aparece un joven guerrero- …Diego, Diego de Marcilla. Entra resuelto el tal Diego y Alfonso se le coloca en medio cortándole el paso. Alza la mano como pretendiendo tocarle. El joven Marcilla se para con cierta sorpresa, lo mira a la cara, hace memoria, frunce el ceño un momento, finalmente sonríe pues lo reconoce. - Diego: Alfonso, Alfonso de Fuenmayor, - confirma abriendo los brazos- mi amigo de infancia. La última vez que estuvimos juntos fue cruzando el Muradal. Se abrazan los dos varones con profusión. Alfonso se suelta, está pletórico. Abrazarse a ese muchacho es abrazarse a su pasado. Cuando era uno de ellos, otro joven valiente más que dejó Teruel para defender su tierra, y su Fe, y no la piltrafa humana que lo consideran ahora. Estalla en alegría, esto es la confirmación de su glorioso pasado, y se lo tiene que contar al mundo entero. - Alfonso: ¿Oís? ¿Oís todos? –recalca pletórico- ¿Acaso era mentira las aventuras que os narraba? Yo fui uno de ellos, un caballero de Teruel. Que en esta misma plaza me arrodillé ante nuestro difunto rey Pedro de Aragón, y él me golpeo con la espada, y me llamó por mi nombre y un tortazo me dio para que recordara a quien debo obediencia. Que hubo un tiempo en que me abofeteaban reyes, y no rameras, ni niñas mal criadas. - Diego: Alfonso, olvídalo todo esta noche haznos el favor, y ven a beber con nosotros. - Alfonso: Lo tenéis que saber, que combatí y me dejé el alma, la sangre y la hacienda. Pero retorné vencido y pobre, y todos me despreciaban pues les recordaba la marcha de aquella mocería que partió y no retornó. (Y desvaría gritando) ¡¡ Que si algo se ganó en las Navas, en Muret todo se perdió!! - Diego: (intenta apaciguarlo) Que jamás diga nadie que un Marcilla le niega un trago a un veterano. Escucha compañero, hace años que partí de Teruel y ahora tengo la dicha de regresar rico, y ya solo cuento y resto los instantes que me quedan para poder abrazar a mi madre, y a mi amada. - Alfonso: Nooooo…., no puedes abrazar a tu madre. (Alfonso cambia de registro, desvaría, parece ido). - Diego: ¿Acaso ha fallecido? (pregunta sobresaltado) - Alfonso: Yo mismo le dije que te había visto morir, le juré que te di tierra. - Diego: Pero ¿por qué hiciste eso? - Alfonso: Porque de algo tenía que comer. Del honor no se come, de dar pena sí. Interviene doña Ara: “Ya está bien maldito borracho, coge el saco y la ballesta y vámonos de aquí, estoy cansada de que nos pongas en evidencia. Te recuerdo que te debes a los Azagra y harta estoy de tu conducta”. - Diego: Pues no sé qué perdonarte antes, viejo e incómodo amigo. Que anunciaras mi falsa muerte a mi familia a cambio de un plato de lentejas. O que te hayas vendido a los Azagra. - Ara: ¿Puede vos decir que tiene de malo los Azagra? - Diego: He estado en unas cuantas batallas desde que dejamos Teruel, en ellas cabalgué al lado de Muñoces, Oteyzas, Martínez e incluso Fuentmayores. Los vi combatir, pasar hambre, frío incluso morir. No vi entre ellos a ningún Azagra. - Ara: (Sonríe irónica) Que gran honor, cabalgar al lado de un Fuenmayor. Sobrio o borracho, pero todo un Fuenmayor. Y que grandes varones los de esta villa que se marcharon alucinados y nos dejaron solas, desprotegidas. –arremete furiosa- Que fueron mujeres como yo las que han sabido defender estos años el Teruel de la frontera, con sacrificio y valentía. No buscando quimeras fuera del reino como hicieron sus hombres. - Diego. No te consiento el tono de esas palabras. - Ara: Qué me importa tu consentimiento. Y más…, cuando hay otra cosa que tu querido compañero de armas no te ha dicho –advierte taimada- Por qué no le preguntas con quien se ha casado la pasada mañana la tal de Segura. - Diego: ¿De quién estás hablando? Un momento no puede ser… Esos pendones nupciales que vimos ondear en las torres, la engalanadura de las calles… Siento un escalofrío que me hiela el alma, es el presagio negro que tantas veces he sentido en estos años de ausencia, cuando la muerte me rondaba aún sin saberlo, y a duras penas conseguía aplazar la cita. - Ara: Es que la mujer que espera,… ¡DESESPERA! - Diego: No me digáis que ha sido Isabel, la villa entera sabía que era mi prometida. Ella me juró por su honor esperarme hasta volver, así lo declaró en mi Partida. - Ara: Ya…, pero que como dicen los Fuenmayor: “Del honor no se come, pero de dar pena sí”. - Alfonso: (Chilla fuera de sí, como un loco) Siiiii…., fui yo. Y sabes…., me alegro. Me alegro de haberlo hecho. . ¿Por qué Dios te concedió la dicha de volver victorioso y a mí me condenó a la derrota como a un perro? - Diego: Desenfunda, que voy a matarte. - Alfonso: ¡Tú podía haber sido yo! Diego se abalanza, golpea con su espada a Fuenmayor. Mientras Ara, se le acerca ladina, y le asesta al descuido una puñalada. Se interpone el adalid. El cura y el escudero atienden al caballero herido que ha caído al suelo. - Ara: Coge la ballesta –ordena a Alfonso- apuntales y atraviesa a ese almogávar apenas pestañee. Ambos se protegen tras la ballesta montada y pegados a la pared abandonan aprisa la cantina mientras Diego, herido, chilla y es sujetado en su furia por Esteban. FIN ESCENA GUIÓN |